El Ñandú Grande, o simplemente Ñandú, habita en las praderas de América del Sur. Al oriente de los Andes lo podemos encontrar desde los llanos del Brasil hasta la Patagonia. Usualmente se mantiene a menos de los 1200 metros de elevación. En el presente no se le considera raro pero tampoco común, su abundancia es lo que los zoólogos llaman poco común o bastante común.
Este ñandú prefiere los campos despejados, donde predomina la hierba y es posible que haya algunos arbustos. Por naturaleza no se interna en la espesura de las selvas o vegetación secundaria alta y densa, aunque sí se traslada por los caminos dentro de tal vegetación. Se le ve en las arboledas y posiblemente en los bosques secos y despejados. También habita en los cerros donde hay rocas y vegetación no muy densa, o al menos caminos claros. Frecuenta las cercanías de los cursos de agua.
Los aborígenes lo cazaban por su carne. Hubo un tiempo cuando también se procuraba en grandes cantidades por sus plumas, las cuales eran utilizadas en los plumeros para sacudir el polvo. Por muchas otras razones el ñandú fue perseguido por los pobladores que después fueron a las regiones donde esta ave es natural. Se estima que la parcelación afectó seriamente sus números en algunas partes. Ahora ya la actitud hacia el ñandú ha cambiado mucho y se le está volviendo a ver en grupos que aunque no son tan numerosos como los que se describían hace cien años, sí suman dos o tres decenas de ñandúes.
El macho y la hembra son bastante similares. Los machos son un poco más grandes en el promedio de las dimensiones y tienen más negro en el color del plumaje, pero no es fácil distinguirlos a simple vista. Los machos logran los 1.4 metros y las hembras los 1.2 metros. El peso es de 20 a 30 Kg. Claro, estas medidas pueden ser superadas por algunos individuos. Los polluelos salen del huevo amarillos oscuros con rayas negras a lo largo del cuerpo. Pronto empezando a lucir como miniaturas de los adultos.
De vez en cuando nace uno blanco pero no es albinismo, no son del todo blancos. Existe documentación en algunos de estos ñandúes grandes blancos que han logrado sobrevivir hasta adultos en la naturaleza, aunque no hemos leído ningún reporte reciente que mencione su existencia en la vida salvaje. Lo que sí es sabido es que el color puramente blanco no es del todo un buen camuflaje. Sería interesante investigar si es el camuflaje o si es que esta variación de color en el ñandú simplemente es sumamente rara.
Hace unos años vimos un ñandú grande blanco en un zoológico que visitamos. Realmente era primera vez que observábamos un ave tan grande blanca, y el ñandú que de por sí siempre nos ha llamado la atención, fue algo impresionante. Estos ñandúes no son albinos, algunas plumas no son blancas del todo y los ojos no son rojos. La piel de las patas es crema o beige bien claro. De acuerdo a los libros, en cautiverio no son tan raros, aunque tampoco es un ave común. Tenemos entendido que ya se están criando en algunas granjas. Lo cierto es que el que vimos era un ñandú bien bonito como ave ornamental, claro los otros no tenían nada que envidiarle porque también eran muy atractivos.
Durante el celo, los machos compiten por la dominación de un pequeño harén que normalmente cuenta de cuatro o cinco hembras, pueden ser más y pueden ser menos. Hay veces que estas riñas se vuelven físicas y las patadas vuelan. Una vez establecido el orden de superioridad entre los machos, las hembras depositan los huevos en el nido del macho dominante. El nido es un lugar en el suelo que el futuro papá ha seleccionado y escarbado ligeramente; aproximadamente un metro de diámetro por unos seis a diez centímetros de profundidad. El sitio puede ser un lugar arenoso entre la hierba alta, cerca de algún arbusto, bajo la sombra de un árbol o en un claro entre los arbustos.
La puesta toma de siete a diez días. Al segundo o tercer día ya el macho empieza a ponerse celoso y comienza a permanecer cerca del nido la mayor parte de tiempo; supervisando la operación. Una vez que ya él se encuentra satisfecho con su nidada demuestra cierta agresión hacia las hembras, haciendo que éstas se vayan. Entonces este macho empieza a incubar los huevos por sí sólo. La nidada puede llegar a tener de 70 a 80 huevos en casos excepcionales; es usual que sean menos, 40 huevos es una buena nidada. Aparentemente la temporada de incubación varía de acuerdo a la localidad. En algunos lugares es en septiembre y octubre, siendo aun más temprano en otras partes y prolongándose hasta febrero en otros sitios. El padre en bien dedicado y permanece la mayor parte de los 35 a 50 días que se toma la incubación sentado sobre el nido. Sólo se levanta para ir a comer y beber, eso de una hora cada día. A no ser que tenga que defender el nido, entonces se levanta de un brinco con las alas abiertas. Normalmente todos los pichones nacen el mismo día o en dos días, menos de 48 horas del primero al último. El padre continuará dejando a los jovencitos esconderse bajo él por un tiempo.
Una vez terminada la relación con aquel macho que ya se encuentra incubando, las hembras simplemente se van con el próximo macho en sucesión. Y el proceso comienza de nuevo. Si nos detenemos por un momento y analizamos esta forma de criar, que no es única del ñandú en las rátidas, podemos observar que la eficiencia en este sistema es óptima. Las dos funciones primordiales de la propagación se desarrollan sin interferir una con la otra.
Las hembras se dedican a poner los huevos, función que sólo ellas pueden hacer. El gasto de tiempo y energía necesarios para incubar los huevos y proteger a los polluelos recae sobre los machos. Es conocido entre los avicultores que el desgaste de criar en ciertas aves es muy superior al de poner los huevos. Se estima que por esos sólo un 20% de los machos capaces de procrear en esta especie traten de anidar cada año. Pero entre los ñandúes las hembras también se esmeran, ya que cada una de ellas cría con 10 o 12 machos en una temporada. Una excelente manera de mezclar la sangre y producir la mayor cantidad de pichones posible.
Se ha observado que algunos huevos no son calentados, se encuentran próximos pero fuera del nido. Hay muchas teorías con respecto a estos huevos. Una de ellas es que cuando empiezan a nacer los pichones, el macho los rompe para atraer las moscas, las cuales sirven de primer alimento a los recién nacidos. A nosotros no nos parece lógico, ya que también atraería a los depredadores. Pero estamos seguros que el ñandú sabe más de estas cosas que nosotros, y alguna razón con sentido deben tener los huevos no calentados.
Cuando la mayoría de los pichones ya han salido del huevo, el padre abandona el sitio y emprende su marcha. Los primeros diez o quince días es suma su agresión contra todo animal que se le acerque a sus pequeños, tal y como era cuando estaba incubando. Y los polluelos, que a los dos o tres días ya son buenos andarines, le siguen. Porque a pesar que no los alimenta, les enseña y conduce por buenos caminos. Después de un par de semanas es posible que dos o más padres decidan vagar juntos, con los pequeñuelos formando una multitud tras ellos. Por cierto, es normal que un macho permita a un pequeño extraviado, que no es de él, a integrar su grupo aun cuando es de mayor o menor tamaño que sus hijos.
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